Ahora estoy en Sarandí. También es domingo. Algun domingo del '98. Los álamos son los pinos de la casa de los papás de Juan Eduardo, que tiene ocho como yo, y caza lagartos. El sol se deja entrever unos minutos más entre las copas finas y altas. Subimos al auto los tres. Emi al medio, Martin y yo a las ventanillas como corresponde por ser mayores. La pelota quedó en el baúl, para que no peleemos, dicen. Es re pesada, papá se la compró a un amigo para ayudarlo, creo que dijo. Lo bueno es que no corremos riesgo que se nos vaya por encima de la tranquera porque no la podemos levantar.
Mamá y papá están terminando de despedirse y hablan temas que no entendemos ni nos interesan. Aunque en la radio una señora cantaba que “es Domingo y por lo tanto no hay trabajo”, la chimenea con la camiseta de Croacia sigue humeando y me acuerdo de Davor Suker, que hizo un montón de goles en el mundial de Francia, y es parecido al actor de “La Niñera”.
El portazo de mamá cuando sube al auto con las dificultades que implica el embarazo de los mellis, me descuelga de mi divague. Van a ser un nene y una nena. Papá dice que al varón le quiere poner Demetrio por no sé qué vecino de cuando era chico, y Magdalena, por alguna tía, o algo así. Mamá al principio se enoja y ahora ya se ríe porque sabe que no se van a llamar así. Saludamos con la ventanilla baja. La de Martín. Yo quedé del otro lado. Tito está con el antebrazo izquierdo apoyado en la tranquera, que ahora está abierta porque ya dejamos de jugar, y para que podamos salir. Sonríe y agita la otra mano saludando, le dice algo a papá cargándolo y los dos se ríen. Me gusta verlo sonreír porque muchas veces está serio y parece que habla retándote, el Tito; sobre todo cuando juega al truco y canta falta envido con tres negras.
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