miércoles, 19 de julio de 2023

Anoche soñé con Messi

(Escrito -y soñado- el 14 de Enero de 2023)

Alrededor todo era verde; canchas de fútbol, muchas y bien marcadas. "Al látex, no a la cal...", me dije para mis adentros. El canchero se había tomado el tiempo de cortar en franjas con distinto sentido para que a lo lejos hiciera un efecto de dos tonos de verde. Estaban bien abovedadas para el natural escurrimiento.

Había terminado el entrenamiento aparentemente, aunque no veía ningún compañero, y yo me dirigí hacia los vestuarios que, por supuesto, el imponente predio también tenía.  A lo lejos miraba dos nenes que corrían en círculo jugando a que el agua de los aspersores no los alcance. Esbocé una sonrisa y agaché la cabeza a tranco lento. "Nunca me gustó caminar rápido", pensé y me acordé de las (pocas) veces que bajando del tren o del subte, suponiendo que iba a un buen ritmo, todos me pasaban sin mayor esfuerzo. "Eso tampoco me gusta de Buenos Aires. Todos a las corridas. Todos llegando tarde a algún lado sin detenerse a ver algún detalle en un balcón, una gárgola o una cúpula a lo lejos".

Un puente arqueado de madera semidura unía la zona de vestuarios con un área de esparcimiento, juegos y los típicos equipamientos para hacer ejercicios en plazas, divididas por un arroyo de cauce escaso pero pintoresco. Un señor de edad avanzada que denotaba haber sido muy deportista desde jóven, hacia abdominales, recostado sobre uno de esos bancos metálicos, trabando los pies en un soporte redondo, también metálico y pintado de amarillo. A los lados de las orillas unas flores amarillas se animaban a crecer entre el césped también prolijamente cortado y mantenido como un campo de golf de los que se ven en la tele.

Una batería de containers blancos bien dispuestos, con indicadores en azul, señalizaban que ese era el sector de vestuarios y sanitarios y los sanitarios. 

Bolso en hombro, entro por un pasillo y giro a la derecha donde marcaba "VESTUARIO MASCULINO". Cuando paso la puerta vaivén, me encuentro con Lionel sentado en el piso, en cuero, short blanco de Argentina del 2021 y soquetes media caña, también blancos, con el logo de Adidas en negro. A los costados de cada pie, unos botines dorados con los cordones flojos. 

Apoyado en la pared, con el cuello un tanto encorvado miraba el celular, absorto y con una mueca pícara, tecleaba cuando notó mi presencia. Inclinó su cabeza hacia mi persona y me saludó con sonrisa. 

Devolví el saludo con total naturalidad y, apoyando mi mano derecha sobre la pared contraria a la que él estaba apoyado, cruce el pie derecho sobre el izquierdo y descansé la punta sobre el piso, dejando caer el bolso al piso, con sutileza, como quien deja la bolsa de la compra del super en la cocina cuando llega a casa. 

Mis Puma King colgaban de los dedos índice y mayor de mi mano izquierda en forma de gancho, el botín zurdo tenia restos de pastos en la costura del borde interno. Hice un movimiento de dedos para que el derecho quede adelante y tapar ante Lio esa muestra de aspereza en el trato de la pelota. 

Dispuesto a charlar como si me encontrara con cualquiera de mis compañeros de equipo del torneo de los sábados, me enteré que estaba de vacaciones y aprovechó para moverse un poquito, y ahora "boludeaba con el celu mientras espero a Anto que me busque" 

Con total confianza y empapado de un coraje que no me caracteriza, me puse a repasar momentos del mundial con el mejor del mundo. Primero, le hice saber la tensión que tuvimos en esos primeros 30 minutos con Croacia, cuando se tocaba el isquio y parecía que no estaba bien. Cómo padecíamos cada vez que estiraba la zurda para puntearla y cómo aplaudimos esa guapeada que terminó en foul y final del PT 

Sonreía tímido. Me animé a preguntarle si le dolía en serio o había sido un acting para despistar y después hacer cosas como sacar a pasear a Gvardiol 50 metros frenando y arrancando. Me respondió "Sí, todavía me molesta un poco", frunció la nariz y se tocó atrás. 

Por último, le conté lo que sufrimos con mis amigos los segundos eternos hasta que pasaron la repetición del NO offside de Lautaro. "El que entiende de fútbol no gritó el gol hasta que vio la repe", deslicé dentro mío. No se me hubiera ocurrido ostentar saber de fútbol delante de Él. Sonrió y me dijo que estaba seguro que valía y por eso lo gritó con alma y vida.

También me propuse quitarle minutos de su tecleo vaya a saber con quién para detallarle mí experiencia en la plaza casi desierta durante la tanda de penales; me miró sorprendido cuando le dije que me encontré a dos, una pareja, allá a lo lejos sentados en el banco de la plaza abajo de un árbol y con una bicicleta playera roja apoyada del lado de atrás del respaldo, que no parecían estar al tanto de la situación. O sí, pero claramente no les importaba.

Se rió cuando le dije que me había metido en una casa ante las distintas oleadas de gritos que sobrevolaban a cuadras de distancias sin entender qué pasaba. Que me crucé el boulevard saltando y gritándole a mi amigo Agustín que me esperaba en cuero del lado de la plaza, con la remera de De Paul colgada en el hombro izquierdo, un vaso de vidrio en el derecho, los ojos grandes y la boca abierta, que le confirme que Tchouameni la había tirado afuera. Los segundos siguientes fueron eternos. Supusimos que habíamos errado y que ellos habían metido. Cruzamos la plaza en diagonal. La pareja seguía sentada como si fuese cualquier día y yo lamentaba que a ellos no les estuviera pasando lo que me pasaba a mí por el cuerpo en ese momento. ¿Qué sentido tiene la vida si ni siquiera el momento en el que podés ser más feliz como país te conmueve? Ya sé, que mañana tenemos que trabajar igual y que la selección no te va a dar de comer y todas esas frases no célebres que dicen los antifútbol y sobre todo los que desprecian el negocio del mismo.


Pero ese día, cuando la señora salió caminando por el pasillo de las casitas bajas que estaban en la otra esquina de la plaza, agitando la bandera argentina con las dos manos, y tras ello se escuchó una oleada de gritos eufóricos que venían de todas direcciones, no supe cómo reaccionar. Se me dio por saltar como festejaban los goles en los videos inéditos que aparecen de la década del 50. Cuando me di vuelta Agustín se tapaba la cara arrodillado en la vereda de adoquines. Un salchicha pasaba por al lado sin entender, como los que estaban sentados en el banco con la playera apoyada atrás. La remera caída y el vaso ya no estaba. Nos abrazamos y corrimos la cuadra de calle de tierra que nos separaba de mi casa a los gritos y a los saltos. Agustín es de Boca, igual que Juan y el Supa que estaban a los gritos en la puerta de casa, también llorando. Con Martín y el Bicho ya habíamos festejado algunos campeonatos de River. Pero ese día sentí que la felicidad era completa porque por primera vez festejé con todos mis amigos. Si hasta la Marga, que sólo mira fútbol en los mundiales y quiere que gane River únicamente para que no estemos de mal humor, iba a estar dando la vuelta en la plaza. Y también Agus, que no sabe ni cuándo juega pero por chicanearme siempre alguna info consigue, a quien incluso una vez logré llevarla a la cancha de River, aunque en secreto, para que no la deshereden. Ella lo planteó como "una demostración de amor" a la que yo respondí que la mía era adaptarme diariamente a sus mates con variada cantidad de yuyos. Aunque los dos sabemos que ella fue la que tuvo la intención de ir ese día. Pero, volviendo al día en cuestión, lo importante es que también ella iba a estar festejando y con la cara pintada de celeste y blanco, y que unos días más tarde, en la tranquilidad de ya sentirnos campeones y con las tres estrellas bordadas, iba a sufrir como si fuera en vivo la repetición del partido en el momento del 2 a 2 de Mbappé.



Para no quedar tan pesado, hice como si estaba apurado y me despedí, no sin antes preguntarle si no le molestaba sacarnos una foto. Me senté en el piso para no molestarlo tanto, dispuesto a mantener apretado el obturador para sacar alrededor de 75 fotos iguales. 

En ese momento, no sé de dónde, apareció Agus y, sin importar ni la foto ni con quien estaba, pasó pegando una cachetada livianita y de revés al celu para molestar, se rió y se puso en cuclillas atrás nuestro para salir también en los consecutivos multidisparos de la cámara. 

Giré la cabeza y con la mirada intenté preguntarle si era consciente de quién estaba al lado y de lo que había hecho, pero no quería perder la oportunidad que se había presentado y volví a concentrarme en la foto. Sonrisa de oreja a oreja y a mirar la cámara de nuevo. 

Cuando salí del vestuario, Agus ya no estaba. Del otro lado del arroyo estaba el profe Cri Elizalde (ahí deduje que no era Atlético ese lugar espectacular), esperándome porque la bicicleta estaba sin candado. Me puteó un rato a lo lejos hasta que llegue a contarle lo que había pasado. No me creía. 

Le dije que vaya a comprobarlo y salió corriendo con técnica de carrera típica de profesor, rodillas levantadas y talones cerca de la cola en cada paso.

A los minutos lo vi salir, desconfiado, con cara de no haberlo encontrado. 

Para que me crea, mientras se acercaba saqué el celular para mostrarle las fotos. La sorpresa fue ver que todas las fotos estaban borrosas y algunas totalmente oscuras. Otras, mal enfocadas a causa del chistecito de Agus. 

Las únicas que habían salido bien eran las que estábamos los tres. Lionel, Agus y yo. Los dos sentados medio despatarrados y ella en cuclillas con la mano derecha apoyada en el hombro de Lio y la izquierda en el mío, sonriendo entre medio de los dos. 

Me desperté enojado. Quería la foto con Messi yo sólo. La miré, me levanté y me fui a desayunar yogur Conaprole con cara de culo y la mirada clavada en la ventana. Minutos después mientras apareció ella de inmejorable humor, deseandome buenos días pasó para la cocina, sin saber lo que me había provocado... Nos cambiamos y bajamos a la playa.




jueves, 30 de marzo de 2023

Memorias de Mundiales

Parte 1: Abandonado en lo de Lucas.

    Las gotas caían haciendo burbujitas cuando golpeaban sobre los charcos que se habían formado con el correr de las horas. Ya estaba listo para ir a lo de Lucas, y miraba esa situación en loop mientras los demás se cambiaban. “Los demás” en ese entonces eran solo tres personas. Papá, mamá y Martin.

    Era divertido ir a lo de Lucas, quedaba cerca del club, tenía un patio enorme, una casa en el árbol y una goma de auto atada desde una soga gruesa que usábamos de hamaca. Aunque a mi me gustaba mas jugar a embocarle al hueco desde distintas distancias; me había comprado mamá unos botines Nike Tiempo negros con la pipa Blanca y unos detalles en flúo. Hermosos. Con esos iba a correr más rápido, pensaba. Pero me quedaban apretados. Y al mes me iban a quedar chicos, tenía razón mamá, pero estaban espectaculares y los quise igual. Los llevaba siempre a lo de Lucas, aunque ese día no entrenáramos, para practicar embocarle al hueco de la goma, y porque “si los usas se estiran” había escuchado decir a algún viejo en Parque. Pero Lucas no le ponía tanto entusiasmo entonces el juego se terminaba cuando los botines me apretaban mucho y me acordaba del viejo de parque y de mamá, o cuando algún pelotazo pasaba cerca del estante de madera que tenía varios bonsais que delicadamente cuidaba y criaba Juan, el papá de Lucas. Me encantaba ir a la casa de Lucas. Pero no ese día. No en esa oportunidad. No esa tarde de lluvia que caía haciendo burbujitas y el Vasco decía que entonces, si pasa eso, “va a llover todo el día”. 

    Llovía y también hacía frío, esa tarde que, faltando algunos días para cumplir ocho años, mis papás me abandonaron en la casa de Lucas y “se fueron a Basavilbaso, o algo así” conté en ese momento, a una supuesta eminencia en ortodoncias para hacerlo atender a mi hermano.

    No se quien se la recomendó, ni en qué momento esa vieja dispuso que esa tarde tenía que dar un turno, ni por qué papá, cuando mamá le dijo que ese 30 de Junio a las 5 de la tarde tenían turno en un pueblo a una hora de acá para que lo vean a Martin, asintió sin chistar. Seguro se había olvidado. Hubiese sido fácil la respuesta: “El auto está en el taller, reprogramamos para otro dia”. Pero no, le pidieron el auto prestado a Luis, que era la pareja de la tía Ana, que era remisero y tenía un Duna color clarito, y después de dejarme abandonado en la casa de Lucas, partieron hacia Basavilbaso. Juan y Nora me saludaron y ya tenían varios juegos armados, pero a mí no me interesaban. Lucas me propuso ponernos a dibujar, tenía un tablón largo en la pieza, y muchos lápices. Acepté con desgano. Además el dibujaba mucho mejor. Las gotas seguían formando burbujitas en su caída, efectivamente, iba a llover todo el día.

    Y como llovía, tampoco podía jugar a embocar en el agujero de la cámara. Pero igual no tenía ganas, ni siquiera había llevado los botines. Los había dejado en casa. Además me apretaban un montón, pero ni loco lo asumía.

    Menos ese día. Que estaba enojado y me dolia un poco la panza. ¿Por qué no podíamos estar en casa como los otros partidos? Si papá nos había enseñado que todos los planes del fin de semana se organizaban en función del horario del partido. ¿No nos había levantado un día a las seis de la mañana para ver a River en Japón? Y nos amargamos con el gol de Del Piero, aunque él se iba a trabajar y yo no entendía muy bien qué pasaba. Y ya sé que no era River, pero era Argentina, y contra Inglaterra, y los otros partidos los habíamos mirado en casa mientras él movía de manera incesante la pierna y rechazaba algunas pelotas que caían en el área y pateaba cuando estaba Bati en el área rival. Si hasta mamá se sentaba a mirarlos. Y además jugaba Ortega, que era mi idolo, pero como no me salia imitar sus frenos, tambien elegia al Mono Burgos. Pero no jugaba. Passarella lo habia elegido a Roa, que segun papa era “medio raro, musulmán o algo de eso, y no come carne”. 

    Me molestaba que no jugara el Mono por ese Raro. Yo quería verlo hacer “la de Dios” y que se levantara mascando chicle y riendose en ese estadio que era en Saint Etienne y el nombre me recordaba a la abuela Queca, que unos meses atrás me había hecho escuchar “La Marsellesa”, advirtiendome de antemano “es el himno mas lindo del mundo”. Casi de forma imperativa; y de la señorita Blanche de francés que nos había enseñado a pronunciar los estadios y las ciudades del mundial, pero los periodistas lo hacían mal.

    Solté los lápices, además no había dibujado nada. Me senté en la cama apoyando la espalda contra la pared y miraba, en un TV 14 pulgadas de carcaza roja que estaba en la punta del tablón, por primera vez, un partido solo. Y digo solo, no por recordar el abandono, sino porque Lucas seguía dibujando ensimismado en alguna historieta; Juan y Nora probablemente dormían en la pieza de al lado.

    Lucas salió por un ratito de su introspección artística porque de entrada nomás el Bati, con algo de suspenso, se la puso contra el palo a Seaman que usaba bigotes y pelo largo, y le había adivinado la intención; lejos de gritar el gol, su observación fue que ·tenía nombre de superhéroe. Había encontrado otro personaje para su historieta. Enseguida nomás Shearer nos empató y Owen, que tenía cara de nene de algunos años más que nosotros, lo dejó pintado a Ayala y puso el 2-1. Quería que el timbre sonara y sean papa, mama y martín viniendo a buscarme para ir a ver el partido a casa y que papa rechazara en el área nuestra y pateara al gol en el área rival. Pero no.

    Orteguita frenaba y arrancaba en Francia, y acá, en Argentina,  llovía con burbujitas. Empatamos con gol de Zanetti y terminó el primer tiempo. Del segundo tiempo no me acuerdo. 

    En un momento Juan se asomó por la puerta y dijo algo de los ingleses, pero creo que no tenía nada que ver con el fútbol; Lucas le mostró su nuevo superhéroe de bigotes y guantes. Mientras yo me escondía debajo de la cama para que el superhéroe, que para mi era villano, no triunfara en los penales. 

    Ese día descubrí que aunque yo lo quería al Mono, tambien podia gustarme Roa, y que no era musulman, sino adventista y vegetariano, por eso le decían Lechuga; y  me entere que, a veces, los dolores de panza son por nervios, que papá agotó la bocina del auto bajo la lluvia que hacía burbujas a la vuelta del viaje a Basavilbaso, y que el tío Luis, aunque tuviera un Duna color clarito, no era remisero, sino psicólogo.