viernes, 19 de octubre de 2012

Feliz Cumpleaños



“Gol de River. Un tal Saviola, que no conozco…” le dijo la abuela –sentada en el patio- a papá, que venía de adentro.  En la radio a pilas, seguramente de Estela, se escuchaba una voz que te capturaba en el relato de un partido de fútbol, y te llevaba en directo a esa cancha en Jujuy.
Un ruido como a fritura se interponía al relato y, con precisión de cirujano, la tía buscaba, desplazando el dedo índice sobre una ruedita de plástico el lugar justo del dial que permitiera la claridad en la voz del uruguayo que nos contaba lo que pasaba en un rectángulo de pasto, a más de 1000 km de ese patio de Gualeguaychú, que nos tenía al acecho, sentados en sillones de playa, entre el aljibe y las sombras de un naranjo y un limonero, con pocas frutas, pero frondoso y con muchos brotes de primavera. Esa búsqueda por la perfección en el sonido iba acompañada por una cara similar a la de alguien que está oliendo algún feo aroma. No sé por qué cuando intentamos escuchar con atención hacemos caras, como si lográramos captar mejor el sonido. Como última medida del ritual, se orientaba la radio de manera tal que las señales y por lo tanto, las voces, nos lleguen mejor.
“Qué bien se escucha Continental acá. En Uruguay no la engancho nunca”. Comentario repetido de papá cada domingo que visitábamos a Adela y las tías. María Rosa contestaba algo con tono de lamento, que seguro comenzaba con “Pero qué macana, che…” –o alguna frase por el estilo- y luego intentaba esbozar alguna explicación, sin conocimiento, pero con intención de consolar, de por qué Víctor Hugo no llegaba hasta Concepción del Uruguay. La respuesta de Estela era mucho más frontal y provocadora, generalmente esperando mi reacción:  “Y… En ese pueblito, qué podés esperar…”. En ese momento comenzaban las peleas, entre risas, con un representante de cada ciudad nombrando las virtudes de la suya y los defectos de la ciudad vecina, hasta que Adela la retaba a la tía por “pelear al chiquilín”.
Otra de las formas de pedir calma de la abuela era decir “¡Con juicio!”, con buen tono, pero con poca fuerza, para nuestra salvajada infantil. Porque mientras ella intentaba imponerse con sus dos palabras, y las repetía, Martín y yo pasábamos trenzados en unas cataratas de piñas y gritos que enturbiaban la calma que existía en la cotidianeidad de Neyra 180.
Creo, viéndolo de un poco más grande, que el fracaso en el pedido de la abuela, se debió a que nunca entendimos qué quería decir “¡Con juicio!”. Cuando empezamos a entender que lo que nos pedía era que seamos más calmos y sensatos en nuestro comportamiento –y no tenía nada que ver con abogados y martillos de madera como en las películas-, ya habíamos dejado de pelearnos, pero por una cuestión de físico.
En eso, supongo que era mucho más práctica la otra abuela, Angélica, optaba más por una actitud del “ojo por ojo” y en caso de que algún hermano mayor le haga algo a uno menor, ella intentaba devolverle con la misma moneda, a tal punto de que Martín haya tenido que pasar varios minutos debajo de la mesa, refugiándose de las garras de quien estaba cuidándonos hasta la llegada salvadora de mamá. Yo, a un costado, deseaba con ansias que la abuela pudiera devolverle lo que yo no había podido.
Otra de las opciones, mucho más lógica que pedirle juicio a dos insoportables, o de correrlo con una escoba debajo de la mesa, era la solución de la tía Rosa. Que, previo reto enfático pero en voz baja, agarraba la billetera grande que tenía, los anteojos de sol y las llaves (todavía no era tan común el celular), y nos llevaba a la plaza, a que nos cansemos un rato, nos subamos al cohete que en ese momento parecía altísimo y ahora no lo es tanto. O sino nos llevaba al parque Unzué, a patear un rato, mientras ella rememoraba a Marzolini. Al ser sólo dos, le pedíamos que juegue con nosotros, entonces, iba al arco o se paraba de wing derecho y tiraba lindos centros mientras uno de los dos esperaba para el cabezazo y el  otro se mantenía agazapado entre los dos cascotes que formaban el arco. Esto se extendía hasta que encontrábamos una manada de pibes que estuvieran jugando cerca nuestro, y nosotros nos acercábamos, nos parábamos a mirar atrás del arco, hasta que algún alma buena de los que estaba participando desde adentro nos invite a jugar.
Llegaba el aviso de las tías para irnos. Era la hora del mate y las facturas, o el pan dulce si la fecha era próxima al fin de año. Esto venía de la mano con el partido de River, que generalmente jugaba a las 5 de la tarde.
Asique en Gualeguaychú, que ayer cumplió 229 años, vivimos muchas victorias escuchadas por la magia de la radio y, entre otras cosas, el debut y gol de Saviola, hace 14 años, comentado por la abuela.

jueves, 11 de octubre de 2012

Con afecto...

Ruta 14. Famosa hace algunos años por ser "la ruta de la muerte". Pero yo tengo otros recuerdos. Sábado a la siesta. El sol pega por la ventana del Escort bordeaux que va cargado a presión entre gurises y bolsos; algo irresponsable, pero nada que nos impida cruzar los estrictos controles de la policía...
Esteban y Verónica chicos, en las faldas mía y de Martín respectivamente, Emi al medio. Ruido, peleas, gritos, pedidos de silencio. Todo eso durante la hora que duraba el viaje hasta Neyra 180, en Gualeguaychú. Pero había algo más. Una voz grave y potente trataba de sobresalir entre el barullo, como alquien que, estando bajo el agua, busca, tratando de estirar al máximo el cuello, la superficie.
Cada tanto una música, linda música de cortina, procuraba transmitir paz en el interior del Ford, con resultados ciertamente negativos; los mellizos volvían a alterar el ambiente con algun llanto, o alguna pelea de los otros tres integrantes del clan.
Papá, absorto escuchando la radio, sostenía una mueca en su cara, entre emotiva, nostálgica y tranquila (que se contradecía con lo que realmente pasaba adentro del vehículo).
Mamá intentando impedir que los llantos y peleas interrumpan ese momento que aquella voz provocaba, con sus relatos, en la cara de su marido.
Yo mirando una casa con techo a dos aguas, sola, al costado de la ruta, con una sigla en letras grandes que decía RML - Resonancia Magnética del Litoral. Consulté sobre la función de eso, y la respuesta del Vasco, para salir del paso, fue que "ahí vino Caniggia a hacerse la resonancia en la rodilla antes del Mundial". Quedé pasmado, aunque no sabía qué carajo era una resonancia, sí sabia quién era Caniggia, y me enorgullecía, me inflaba el pecho, que tan cerca de mi ciudad se haya hecho esa cosa rara el hijo del viento. De ahí en más, debo haber repartido la primicia, inocentemente, entre mis amigos y familiares, logrando sorpresa en unos y risas en otros.
Pasábamos el peaje, previas quejas al tipo de la boletería por ele stado de la ruta. Papá sostenía, y mamá asentía, que no se invertía nada de lo que se recaudaba. Y a esa edad para mí, era palabra mayor.
Ahora en la radio, unos señores, y alguna que otra mujer, llamaban y saludaban a este tipo del programa, con alegría algunos; otros emocionados, agradeciéndole por el momento que les hacía pasar, y recordando. Papá volvía a su actitud inicial...
En ese momento, me llamaba la atención, pero tampoco me interesaba mucho, no entendía esas sensaciones.
Con el tiempo, por trabajo o porque nosotros crecimos y teníamos otros intereses, los viajes de fin de semana a Gualeguaychú fueron disminuyendo, pero también en ese tiempo fui entendiendo lo que el tipo de voz gruesa contaba sobre lo que otros escribían, y así también, las sensaciones de mi viejo.
Así fue que conocí al Negro Fontanarrosa, a Soriano, a Galeano, y a Sacheri...
Entonces pude darme el gusto, algunos sábados de siesta, entre las cuchillas entrerrianas, de hacer silencio y, junto con mi viejo, trasladarme hacia esos lugares que nos llevaba el bueno de Apo, y ahí logré entender esa especie de sonrisa en la cara del Vasco...y la imité.

martes, 11 de septiembre de 2012

Feliz día....

A las del Jardín -que para mí sigue estando ahí, frente a la Plaza, que cortábamos para hacer diferentes actos-, porque fue el lugar donde pasé grandes momentos de mi primera parte de la infancia, yendo de la mano de "Chichuna", jugando entre donde hoy debe haber diferentes puestos administrativos con tipos manejando dinero virtualmente. Pero les quiero aclarar que, para los que fuimos parte de "Mi Patito", ahí siempre estarán su gran hall al que comunicaban todas las aulas, el patio arbolado, los canteros, las hamacas, los areneros, los cumpleaños y el cariño de todas las señoritas.
A los del otro jardín, ya en la escuela y con guardapolvo rojo, porque fue donde empecé a forjar amistades, que por suerte, hasta el día de hoy mantengo.
A las de la primaria, a 'Blanche' por inculcarme su amor por el francés -también le debo esto a Angélica-; a Laura, por su paciencia y dulzura para hacerme entender la importancia de los números; y a Elena, sin tanta paciencia y dulzura, pero con el mismo resultado.
A los de la secundaria; a Claudia, por profundizar en las Matemáticas con su rigidez y efectividad, y también por su gracia y sus estrategias jugando al truco con nosotros, en los momentos que se podía.
A la Lili, determinante -junto con mamá- a la hora de querer más a la Literatura y por enseñarme mucho de lo que puedo analizar al leer y escribir.
A todos los demás del secundario que me dejaron enseñanzas en las distintas materias, que ahora puedo llegar a olvidarme; y a los pocos que no me dejaron nada, de los que no me olvido, pero que también me enseñaron a darme cuenta que tenés que aprender a pensar por vos mismo.
A Gloria, importante para entender los números que no me cerraban en la escuela, y por su sentido del humor, daba placer ir a hacer ejercicios.
A Tito, por el Barefoot, su humor irónico y la capacidad para adaptarse a cada una de las edades y ser como uno más de mis amigos, para divertirse, y también a la hora de dar consejos.
A la Tía Rosa, por su docencia y amor para ser "tía/mamá", su imaginación y sus cuentos nocturnos en Neyra, que también marcaron mi vida.
A la abuela Queca, como dije, por ayudarme a estudiar francés, y por su fervoroso Urquicismo, que conservo, con menor fanatismo.
A Mamá, por casi obligarme al hábito de la lectura, por enseñarme a escribir sin errores y -si se puede decir- de forma coherente; y por empujarme para el lado de Arquitectura y de La Plata -ciudad- a la hora de decidir.
A Papá por enseñarme a ver fútbol y la importancia de mantener los lazos familiares.
Y por legarme el amor por River, que domingo a domingo marca, para bien o para mal, el transcurso de mi semana.

A tooooodos ustedes, y a los demás que me han enseñado cosas durante estos 22 años, les deseo ¡¡FELIZ DÍA DEL MAESTRO!!

sábado, 16 de junio de 2012

Trescientos cincuenta y seis.


Escribo esto a trescientos cincuenta y seis días de la peor tarde de la historia de River, esa tarde fría que nos tiró al infierno.
Hoy, con casi un año recorrido, me vinieron a la memoria “olores” de ese 26-J. Es increíble cómo, a esta altura de la temporada, no podemos estar tranquilos. No nos dejan. Dependemos de un puñado de jugadores para que nuestra semana no tenga sobresaltos y andemos por la calle, o yendo a la facultad sin esa angustia que no sabemos qué es hasta que te das cuenta que es por River. Me siento un boludo. Igual no le recrimino nada a nadie, yo elegí esto. En realidad me lo legó mi viejo, pero no se lo reprocho, se lo agradezco infinitamente y de corazón.
No quiero escribir analizando el partido, pero es inevitable preguntarme cómo, a los 7 minutos, de los últimos 180 que quedan para el final, el 4 no despeja, hace un foul infantil con la mano; nos tiran un centro cruzado, la pelota pica, TODOS miran, cruza el área, siguen mirando, y dos tipos vestidos de rojo y negro a bastones entran sólos… Uno, lógicamente cabeceó.
Y acá estamos, pensábamos que hoy iba a ser un dia feliz y tranquilo, que el fin de semana que viene íbamos a ir a la cancha –a la que tengamos que ir y si nos dejan, porque somos víctimas pero pagamos los platos rotos que nos nos pertenecen, porque los dueños de esos platos ni siquiera los lavan y miran para otro lado- a sentir la alegría, o en todo caso el alivio de que éste suplicio termine de una vez y para siempre. Pero no… Pecamos de inocentes –sí, igual que el equipo cuando marca -¡qué coincidencia!- y sufrimos…
Y cuando sufrimos así pienso que me gustaría ser como Borges. No, no pido mucho. No pido su inteligencia, ni lo digo por cómo escribía ni por sus comentarios irónicos y filosos a la hora de declarar. Sólo a veces -algunos días en que llega el sábado o domingo la noche y River te deja en esta situación-, quiero ser como él y que no me guste el fútbol, que mi estado de ánimo no dependa de un resultado de un equipo que juega con una banda roja pero que hace años no es “la Banda” que era. Esa Banda a la que iban equipos chicos como los que hoy juegan el Nacional B, o la mitad de los que están en primera y sólo pensábamos si le íbamos a hacer 5 o 6. ¡Y la gente se iba enojada si el equipo ganaba 1-0 jugando mal!
¿Qué pasó en el medio además del tiempo? ¿Qué hicimos nosotros para merecer esto? ¿Habremos hecho sufrir a mucha gente en nuestras anteriores vidas? ¿O sólo pasó un grupo de personas que lucraron con una institución de las más grandes del mundo hasta lograr que ésta se caiga a pedazos y solamente quede esto que vemos ahora? Creo que sí…
Pero ya está. Por favor. No quiero más…
No quiero más que se repitan los mensajes de texto con mi hermano o mis amigos lamentándonos porque no ligamos, porque sufrimos, porque el calvario no se acaba nunca.  
No quiero más que a la noche suene el celular con el llamado de mi viejo para hablar amargados del partido, y escuchar una vez más:  “No puedo estar sufriendo así, ser tan boludo, a los 54 años de estar así por River”. Y parece que sí… Se puede.
No quiero más ir a la cancha y no poder disfrutar al menos los últimos 15 minutos, poder reírme, distendido, sin pensar que te tiran un pelotazo intrascendente, te cabecean DOS VECES afuera del área y llega un tercero a empujarla y otra vez a sufrir.
No quiero más a River así.
Y sólo una cosa más antes de terminar. Que sea la semana que viene, que sean solo trescientos sesenta y tres días o, a lo sumo, trescientos sesenta y cuatro, si jugamos el domingo,  porque no nos bancaríamos nosotros, ni nuestros corazones, otro partido más de once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota en segunda división.

lunes, 21 de mayo de 2012

Parque

Anoche me enteré, vía mensaje de texto, que Parque Sur había quedado afuera en Semifinales de la Liga Provincial de Basquet y me entristeció un poco.
No me voy a subir al caballo del fanatismo y decir cosas que no siento realmente, como creo que hay muchos. Nunca fui un apasionado del Basquet y creo que nunca lo seré.
Yo he sufrido esa sensación en otro club y otro deporte, pero sé el esfuerzo que se hace desde todos los lugares para poder llevar el club adelante.
Solamente quiero lo mejor para el club que me permitió tener los mejores momentos de mi infancia, pasar los mejores veranos, durante años, las inmejorables experiencias de supervivencia en cada campamento, en la playa del club -que lamentablemente, hoy casi no existe- o en el "SUPE".
Además ahí empecé a patear una pelota "en serio", a sentirme jugador de fútbol, desde los 5 años. A llevar a una "realidad" los partidos con mi viejo y mi hermano en el parque, en Concepción, o los picaditos familiares con primos en Gualeguaychú.
Parque me enseñó a andar solo por la calle, a conocer la ciudad, cruzándola en bici desde casa hasta el Club. A sentirme orgulloso de defender los colores, sentir el placer de un gol convertido, la alegría de la victoria, la desesperación de un partido que se escapa y la tristeza y el sabor amargo de una derrota.
A ganar algunas finales y a perder muchas; es verdad, nunca fuimos "habitué" a las medallas. Por eso valoramos la importancia de salir campeón con un club humilde, al que todo le costaba. Nuestros padres vendiendo rifas y pollos cada fin de semana para que nosotros tengamos con qué y por qué jugar; la necesidad de un club para pibes que no tenían otro lugar donde pasar la tarde y el club era un refugio. El traslado, turnándose con los Castro para ir a canchas como las de Engranaje o María, solo por el amor al fútbol y para defender esa camiseta.

Y lo más importante, Parque me permitió conocer a mucha gente valorable, a amigos con los que todavía conservo una relación con tanto o más fervor que en esos tiempos. Por ellos, por lo que sé que hacen por la institución desinteresadamente, por lo que ésta me dio durante mis años de crecimiento, me sumo a la tristeza y a la desilusión que sienten por tener que esperar otra temporada.

Un Abrazo grande como Puerto Viejo, sureños.

domingo, 6 de mayo de 2012

'El Vasco' y 'La Marga'


Mi viejo es un Grande, y no por su anatomía; digamos que en esa grandeza ya lo superé, pero en la otra, a la que yo me refiero, todavia estoy muy lejos y será difícil superarlo.
Es un grande y no por haber sido un padre de esos cancheros y permisivos. Por el contrario, y motivo de muchas calenturas, he padecido sus rotundos "porque NO" a la hora de pedir permiso (debo admitir que varias veces ganamos por insistencia...la carne es débil).
Ahora, a la distancia, y ya alejado de esas negativas, me doy cuenta de que era una manera de tenernos ahí, todos juntos, sentirnos cerca, quizá por algo que él sufrió en su etapa de estudiante, al estar lejos de Gualeguaychú y Sarandí.
"Cuando sean padres me van a entender" dice.... Agradezco haberme dado cuenta de ésto, mucho antes de que su predicción se lleve a cabo, y a pesar de todavía no estar de acuerdo en muchas cosas, lo comprendo y valoro.
El Vasco es así, por sobre todas las cosas, VASCO, con sus locuras y sus terquedades. 
Pero un amigo a la hora de los consejos, fiel para acompañarnos desde los 5 años en el deporte, junto con la Marga, vendiendo pollos en Parque Sur, moviéndose en Atlético, llevándonos a entrenar y a jugar a todas las canchas de la ciudad y disfrutando de ver a sus hijos practicando el deporte que él ama y nos hizo amar a nosotros: el fútbol. Así también nos hizo valorar la familia, la amistad y el amor por River. Estoy completamente seguro que a éstos 3 ítems de valoración, los cumplimos al pie de la letra.
El Vasco, un laburante full time (o full full), que nunca permitió, -ni va a permitir- que nos falte nada, y que siempre tiene como propósito nuestra felicidad.
Un tipo solidario (demasiado, no se puede comer un alfajor sólo porque le da culpa), que comparte todo con su familia, desde un chocolate, hasta unas vacaciones... 
Eso le llena el alma, y aunque sea un poco posesivo, es un enamorado de sus hijos, brindando por y para cada uno de ellos todo su amor.




"Buscá en el diccionario, Nene..."
Esa es su respuesta cada vez que le pregunto sobre el significado de alguna palabra.
Fervorosa lectora, de todo, hasta del diccionario, éste indica que la Margarita es una planta de de la familia de las Compuestas, con hojas abrazadoras, oblongas y flores terminales. Es muy común en los sembrados.
No sé si ella es tan oblonga como dice en el "mataburros", pero sí es muy abrazadora, y no es común en los sembrados de nuestra vida.
La Margarita es conocida por ser usada como un oráculo del amor. Sus pétalos tienen la capacidad de indicar si la persona amada te quiere o no te quiere. No creo en éste tipo de cosas, pero sé que cada una de las hojas de la flor a la que me refiero, dicen que me quiere.
Alejandro Dolina dice en uno de sus libros que "margarita es perla en griego y latín. Es ojo del día en Gran Bretaña y un vegetal en todo el mundo".
No comparto esto, y sinceramente no me importa, porque acá, en Argentina, Margarita es Mi Mamá.

viernes, 27 de abril de 2012

¡Mirá, Pá!


“Mirá Pá’ ¡Vamos primeros en el campeonato de reserva!”. El padre lo mira a su hijo, y le responde “Sí! Buenísimo.” devolviéndole a la exclamación de alegría que muestra con su sonrisa el nene, otra sonrisa, pero más tierna y con un poco de lástima. Lástima porque recuerda en su infancia, sin HD, sin ni siquiera televisión, sólo con “la magia de la radio” y la revista Goles, pero con muchos campeonatos, Libertadores y goleadas. Y piensa en su hijo más chico, que con 10 años solo vio campeón a su club 2 veces; porque los dos más grandes, mal que mal, vieron muchos campeonatos, hasta tricampeonatos, Libertadores, un poco opacados por los éxitos de los innombrables, pero buenos momentos al fin.
Entonces, cuando el más chico dice que se acuerda del torneo del 2004, ellos no lo contradicen, pero dudan que con sólo 4 años se acuerde de esas cosas. Piensan que es una forma de deseo, de querer tener en su memoria, y en su currículum, esos momentos que te marcan en la infancia, y que algunas veces te marcan los colores de un club, por eso, los hermanos y el padre lo respetan y no lo contradicen, ni se burlan de él.
Del campeonato del 2008 sí que se acuerda, bien que se acuerda… Aunque a veces piensa que es mejor no acordarse o haberlo podido recordar de otra manera, porque ese día, en el momento en que su ídolo corría alrededor de la cancha alocado, festejando, alrededor de la pista olímpica, él estaba sentado en una silla incómoda, de madera, con cara de velorio, porque ahí estaba, en un velorio, rodeado de gente mayor que lo saludaba al paso y que lo relacionaba como hijo de alguno de sus tíos, pero nunca se le daba por decir el nombre de su padre cuando le decían: “Y vos debes ser el hijo de…” y él se la pasó corrigiéndolos, con paciencia, a esos familiares lejanos o conocidos de la familia o de su abuela.
Hasta que no aguantó la ansiedad que lo carcomía y salió de la sala velatoria en busca de algún televisor. Afuera hacía frío, ya había anochecido y la calle estaba oscura y lloviznaba. Se preguntaba si todos los velorios se realizarían sólo con ese clima. Esa duda le duró poco, enseguida se focalizo en el objetivo de encontrar alguna vidriera de un bar en el cual ver el resultado del partido. Tuvo que caminar tres cuadras hasta la calle principal y en una esquina encontró un pub, con unos televisores que le mostraban el festejo de sus jugadores, ese festejo alocado por la pista, con alegría y él pensaba si sería el único en esa situación, de ver campeón a su equipo mezclado con la tristeza y la amargura de perder a un ser querido.
Enseguida volvió, mitad feliz, mitad triste, haciendo cálculo las tres cuadras de regreso, de que podrían haber empatado hoy y al domingo siguiente todavía dependían de ellos para salir campeones, “y en una semana la tristeza pasa un poco y en una de esas salir campeón nos alegra más” se decía en silencio.
Una vez vuelto a la realidad del velorio, el silencio, las caras largas, ese olor igual o más horrible que el de un hospital, lo ve a su papá y piensa que le gustaría estar en otro lugar, diciéndole que salieron campeones, que vayan a la plaza a festejar, o mejor, sin la necesidad de hacerlo, porque de no estar en esa situación, él estaría, con sus hermanos y su papá sufriendo los nervios lindos que da el fútbol, pateando con el nueve, viendo la pelota entrar esquinada, pegando en el costado de la red, saliendo a gritar el gol por todos lados, saltando a cabecear con los defensores en cada córner, trabando con el cinco, y después festejando, todos juntos. Pero no, la situación es otra y entonces él se acerca y cuando el padre lo mira, le dice, en el tono de voz que se mantiene en el lugar, “Pa, somos campeones” y sólo recibe como respuesta del padre, frunciendo los labios: “las vueltas de la vida, ¿viste?”.
Y entonces duda si se lo tendría que haber dicho o dejado que se enterase cuando salga de ahí y entonces esperar su reacción, si se lo cuenta o no, y si se lo cuenta, con cuánto énfasis para poder él responder acorde a la situación. Porque su abuela era la mamá de su papá, y se pone en su lugar y concluye que le importaría un comino que su club salga campeón de lo que sea, aunque por otro lado, se corrige, porque al menos sería algo bueno dentro de todo tan malo. Pero enseguida deja de pensar en eso, porque no quiere imaginarse que a su mamá le pase nada, se dice que eso sólo pasa cuando sos grande, te casás y tenes hijos a los que les enseñas a jugar al fútbol y a besarse el escudo del club.
Aunque él no se imagina ni grande, ni casado, ni con hijos, ni con su mamá ni su papá viejitos, él se imagina en la primera del club, siendo él quien mete el gol, el que corre como un loco por la pista de atletismo, con todos sus compañeros atrás tratando de alcanzarlo para abrazarlo y festejar y dar la vuelta, pero con su papá, su mamá y sus hermanos ahí, festejando con él, y que “las cosas de la vida” sean sólo felices como salir campeón, pero sin velorio.

"el perro portugués..."

En memoria de la abuela Queca...

Hoy tocaron la puerta, como siempre en casa, hay dos opciones: o no atiende nadie, o, la segunda y menos usual y más irritable, al ver que uno de los más chicos sale alborotado a atender, el otro corre, lo alcanza, se lanzan en 20 metros con obstáculos, manotazos, piquetes de ojos y cualquier otra viveza bilardista que se les pueda ocurrir.


Bueno, como dije, generalmente es la primera opción, embobados con la TV, nadie atiende, entre reproches porque no atiende y desganado por saber quién toca el timbre a esta hora, busco la llave y pregunto quién es.
No hace falta aclarar mucho, contra todos los pronósticos, noches heladas, siestas de esas que dejan la brea como chicle, lloviznas insoportables y resbalosas; ahí estaba, del otro lado de la puerta el Perro Portugués, esperando que le abras, para entrar campante, sin escuchar ni prestar atención a las quejas por los climas y los horarios en los que se largaba a andar.
Hoy fue distinto, estaba más radiante que nunca, creo que estaba con una de sus tortas con chips de chocolates, esas tan ricas, salvo cuando las hacía de apuro antes de ir al Balneario, y dejaba todo en manos de las mágicas Essen. El resultado era lógico. Crudas, o quemadas, o ambas. A nosotros nos gustaban igual.
Si no me equivoco también traía un Lemon Pie, de esos que hacía para los cumpleaños, para los asados de los domingos, o los sabados en todo caso. Esos sábados de noche en los que se negaba hasta la ofensa si insistías en ponerle un plato porque ella de noche no comía, aparentemente…
Después la veías, mientras juntaban la mesa, picotear algo de todos los platos, hasta que llegue la reprenda de los hijos  y nietos. Esos hijos y nietos que hoy no le reprocharíamos nada; al contrario, la recibiríamos con alegría al verla llegar, con la peor de las lluvias y a las 10 de la noche, con los tomos de Urquiza Almandoz, para contarnos de la imagen intachable de Urquiza y la tiranía porteña, para enseñarnos a amar la ciudad por sobre todas las cosas, o a contarnos historias y enseñarnos la letra de La Marseillese, haciéndonosla escuchar desde ese cassette escrito con su hermosa letra de maestra.
Porque era eso, una maestra, y la mejor enseñanza que me dejó fue la de darme cuenta que no estamos en vano, que no pasamos en vano, que podemos dejar marcas en los demás, un legado, no económico, uno mejor, como que te recuerden todos orgullosos de vos, alegres, contando anécdotas felices, porque el Perro Portugués nos toca la puerta cada vez que nosotros queremos traerla a nuestra memoria, para recordarla, por nostalgia, para pedirle que nos ayude y para decirle: “Abuela, vamos, yo te llevo” – No importa que sea tarde, el auto esté guardado y yo cansado. Yo te llevo, pero contame una historia más….

infancia...


¿Alguien me va a contradecir si afirmo que una de las sensaciones más lindas de la infancia era andar en bici con papá?
A la edad en que yo todavía no podía andar solo, disfrutaba de los viajes en La Bergamasco Azul. Sí, tiene nombre, no es una bicicleta cualquiera…
Las vueltas de la escuela, los fines de semana en el asiento de atrás, con el almohadoncito y el paisaje de los laterales; obviamente para adelante no podía ver porque estaba mi viejo.
Cuando volvíamos de la escuela con él, pedaleábamos veinticinco cuadras hasta llegar a casa (sí, pedaleábamos, o al menos yo sentía que ayudaba  y aportaba mi fuerza).
Siempre tuve una duda. En el viaje de regreso, tomábamos la calle 25 de Mayo, atravesábamos el Bvard Irigoyen y después de dos cuadras doblábamos a la izquierda por Sartorio. Cabe aclarar que en esa parte de la ciudad, que da a la cantera, la 25 de Mayo es muy baja, por lo tanto para tomar Sartorio teníamos que subir una loma pronunciada, en la que siempre sufrí pensando que no la íbamos a pasar, que no íbamos a llegar, que las pedaleadas y el esfuerzo del Vasco y mío no iba a alcanzar e íbamos a caer para atrás; pero el viejo le metía y siempre llegamos, nunca nos quedamos. Qué alivio…
La duda es: ¿Valía la pena tanto esfuerzo? ¿No era más peligrosa esa subida que ir por el transitado bulevard? Mas cansadora y sufrida seguro…
Obviamente estas preguntas las planteo acá porque nunca se las hice a papá, en parte porque me gustaba el desafío de la subida, le daba el toque de adrenalina al rutinario viaje de vuelta de los mediodías, y además porque cuando somos chicos creemos que nuestro papá es el mejor, que las cosas que dice son y tienen que ser así.
Después vamos creciendo, empezamos a verle defectos, las cosas que dicen son totalmente lo contrario a lo que nosotros decimos y queremos, y después seguimos creciendo y nuestro viejo vuelve  a ser nuestro ídolo.
Pasaron unos años, y me regalaron la primer bici sin rueditas, la CAINO azul, mi compañera de viaje hasta Parque Sur, pero ahora solo, sin papá, sin asiento ni almohadón. Eso es ser independiente…
La CAINO, siempre fiel, aunque a veces tenía sus traiciones. Te jugaba una mala pasada cuando apretabas el freno delantero y salías despedido, volando por encima de la bici. Al principio eran accidentes, después comenzó a ser nuestro diversión por la calle Tibiletti en el Puerto Viejo.
Eso sí, se puede decir que era como volar. Qué frase hecha, porque ¿cuántos de los que la usan queriendo explicar algo reconfortante, tranquilo, lo han experimentado?
Yo conozco pocos, o mejor dicho, conozco uno. Diego, “el del parapente”.
Parece que Diego sabía cuando llegábamos a Sarandí y pasaba, volando alto, con un ventilador atrás y un paracaídas arriba, y tiraba caramelos (Qué peligro si llegaba a tirar un LIPO, ¿no?).
Debo admitir que sentí cierta desilusión cuando lo vi, abajo, en la tierra. Fue como ver actuar a un payaso, reirse, y cuando termina la fiesta verlo a cara lavada, vestido de civil.
Para mí, Diego era él con su parapente, digamos que formaba parte de su anatomía, por eso, cuando lo vi por primera vez en esa carneada, preferí ignorarlo y seguir pateando mi pelota, ¿qué me querían hacer creer a mí que ese tipo grande y canoso era él?.
Y las carneadas…¿Existe algo más lindo que eso? Ya sé, al que no tiene cada invierno un fin de semana de “chancheada” o que nunca vivió una experiencia así, le puede parecer insignificante mi pregunta, o hasta ridícula y carente de sentido. Yo les respondo, con todo mi respeto, que no saben nada.

Hay pocas cosas que espero con tanta ansia como la carneada o año nuevo.
Más lindo fueron las veces que caía justo en mi cumpleaños, porque estaban todos, y aunque estaban por la carneada, yo sentía que también estaban por mí, y que era como el cumpleaños de la Abuela, que venían hasta los de Buenos Aires.
Y jugábamos a la pelota, con Leandro, Juan, Pablo, Martin, o dibujabamos con Sabi y Petra.
Después de la carneada, medio año más tarde llega año nuevo, y otra vez la alegría y la ansiedad de ver a todos, hasta a Cuninga con sus cohetes….
Los “año nuevo” se pueden resumir en: La esquina de los grandes, donde estaba Adela, y ahora la copan los tíos mayores, La Punta del tablón, la más ruidosa (y no solamente porque esté Pipu), a la que pertenecemos los primos más jóvenes, y la parte del medio, que es más tranquila y generalmente se dedica a ponerse al tanto de sus vidas mientras se acerca el nuevo año.
Una de las características de esta reunión, es el saludo de las 12; todos empezamos a girar, alborotados, alrededor de los largos tablones, para saludar a todos, sin pensar que, al girar todos en el mismo sentido, siempre te van a quedar familiares sin saludar, que los terminas saludando a las 12 y cuarto, después que diste toda la vuelta y empezás a relojear quién te falta besar. Nunca faltan los que te saludan tres o cuatro veces, entre el mareo de ver gente pasar y el alcohol besan al que se les planta adelante.
 La conclusión es que la parte más inteligente es la de la esquina de los grandes, que siempre se quedan sentados, por viejos o por sabios, porque están seguros que todos nosotros, al empezar a caminar alrededor de las mesas, vamos a pasar por su silla y los vamos a saludar…Muy comodo y efectivo.
Otro de los recuerdos de mis estadías en Gualeguaychú, es el de jugar a la pelota con la tía Rosa, de su mágico y juanetesco pie derecho, de sus atajadas en el parque o en el garage de la casa de la Abuela, con la pelota de goma, con la pulpito o con la de cuero, su fanatismo por Marzolini (¿Quién carajo era ese? Yo estaba con Ortega, el Enzo, Gallardo o Crespo, pero no me importaba, me sentía orgulloso de que mi tía sabía de fútbol). La tía siempre estaba, atenta a todo y a todos, con sus juegos y sus paseos al parque, al tractor amarillo, a trepar árboles, a subirnos a las estatuas de los perros, o al cohete altísimo de la placita en las siestas, para que no molestemos a los que querían descansar.
Por último, el fútbol. Y no lo ubico en este lugar porque sea el que realmente ocupe, sino porque no encontré mejor manera de terminar esto que hablando de él.
Cualquiera de los hombres va a coincidir conmigo si digo que gran parte de nuestra vida y nuestro corazón esta destinada a la pelota, con el perdón de las damas. Pero es así, convengamos que todos, circunstancialmente, hemos dejado plantados a nuestros amigos alguna noche por una mujer. Pero esa misma persona, no resiste la tentación de ver un partido o jugar un fulbo con amigos, y ahí sí, no hay novia que valga ni cualquier evento que haya sido previamente organizado con ella. Y no tiene explicación lógica. O quizá, sí, nuestra justificada excusa es que el fútbol nos acompaña desde que nacemos y hasta que la muerte nos separe.
Ante cualquier queja, diríjase a nuestro padre, tíos o primos, o en su defecto, a quienes en cada cumpleaños, navidad, reyes o día del niño, se les ocurría la original idea de regalarnos una pelota.
De chico había dos regalos fijos, la pelota y el perfume Pibes, o para variar, PACO. Creo que si quisiera todavía podría seguir bañándome en esas colonias, como lo hacía mamá antes de cada cumpleaños.
Con las pelotas no he tenido la misma suerte de durabilidad. Puedo decir que le dábamos mucho uso, y que, como se dice en el ambiente futbolístico, la descosíamos. Pero no por el buen trato que le dábamos al balón, sino porque la calidad de la costura no era la mejor. Ahí se explica por qué en cada acontecimiento nos regalaban una pelota…Seguramente la anterior ya estaba hecha cuero…