domingo, 9 de noviembre de 2025

Sábado

       En casa nunca se le hizo caso al silbido del afilador. Como yo no le hacía caso a Amelia en catequesis, y le preguntaba cosas inapropiadas para que después la responsabilizaran a mamá por su ateísmo. Agnóstica, me aclaraba. Porque los ateos son un poco soberbios. Porque pensar que no hay nada y todo lo podemos resolver desde el raciocinio y los que creen en Dios son ingenuos, es un tanto arrogante. Que las religiones han sido necesarias para mantener al hombre, así me decía, al hombre, al ser humano, atado a una cuestión sobrenatural que explicara todo lo inexplicable de la vida; y sobre todo, de la muerte. A las guerras. Algo de la educación judeocristiana y la visión occidental. Eso me contaba. O imaginaba. Yo iba porque estaba ella, aunque en dos años jamás me animaría a hablarle. Solo a cruzar un par de miradas fugaces, que para mi podían ser un indicio de algo, y para ella una incomodidad. Entonces quería irme a jugar ese partido contra Rivadavia y ganarle a mis compañeros, que estaban en la misma sintonía. No sé si ellos creían en Dios. Yo le pedía ganarles para verles bajar la mirada al fin de semana siguiente  en catequesis, antes que Amelia nos pida la tarea. Eso estaba mal a los ojos de Dios. Era sábado. Ella había faltado. En casa nunca se le hizo caso al silbido del afilador.

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