En memoria de la abuela Queca...
Hoy tocaron la puerta, como siempre en casa, hay dos
opciones: o no atiende nadie, o, la segunda y menos usual y más irritable, al
ver que uno de los más chicos sale alborotado a atender, el otro corre, lo
alcanza, se lanzan en 20 metros con obstáculos, manotazos, piquetes de ojos y
cualquier otra viveza bilardista que se les pueda ocurrir.
Bueno, como dije, generalmente es la primera opción,
embobados con la TV, nadie atiende, entre reproches porque no atiende y
desganado por saber quién toca el timbre a esta hora, busco la llave y pregunto
quién es.
No hace falta aclarar mucho, contra todos los pronósticos,
noches heladas, siestas de esas que dejan la brea como chicle, lloviznas
insoportables y resbalosas; ahí estaba, del otro lado de la puerta el Perro Portugués,
esperando que le abras, para entrar campante, sin escuchar ni prestar atención
a las quejas por los climas y los horarios en los que se largaba a andar.
Hoy fue distinto, estaba más radiante que nunca, creo que
estaba con una de sus tortas con chips de chocolates, esas tan ricas, salvo
cuando las hacía de apuro antes de ir al Balneario, y dejaba todo en manos de
las mágicas Essen. El resultado era lógico. Crudas, o quemadas, o ambas. A
nosotros nos gustaban igual.
Si no me equivoco también traía un Lemon Pie, de esos que
hacía para los cumpleaños, para los asados de los domingos, o los sabados en
todo caso. Esos sábados de noche en los que se negaba hasta la ofensa si
insistías en ponerle un plato porque ella de noche no comía, aparentemente…
Después la veías, mientras juntaban la mesa, picotear algo
de todos los platos, hasta que llegue la reprenda de los hijos y nietos. Esos hijos y nietos que hoy no le
reprocharíamos nada; al contrario, la recibiríamos con alegría al verla llegar,
con la peor de las lluvias y a las 10 de la noche, con los tomos de Urquiza
Almandoz, para contarnos de la imagen intachable de Urquiza y la tiranía
porteña, para enseñarnos a amar la ciudad por sobre todas las cosas, o a
contarnos historias y enseñarnos la letra de La Marseillese, haciéndonosla
escuchar desde ese cassette escrito con su hermosa letra de maestra.
Porque era eso, una maestra, y la mejor enseñanza que me
dejó fue la de darme cuenta que no estamos en vano, que no pasamos en vano, que
podemos dejar marcas en los demás, un legado, no económico, uno mejor, como que
te recuerden todos orgullosos de vos, alegres, contando anécdotas felices,
porque el Perro Portugués nos toca la puerta cada vez que nosotros queremos
traerla a nuestra memoria, para recordarla, por nostalgia, para pedirle que nos
ayude y para decirle: “Abuela, vamos, yo te llevo” – No importa que sea tarde,
el auto esté guardado y yo cansado. Yo te llevo, pero contame una historia
más….
4 comentarios:
Mati, esas tortas, esos lemon pie, ese picotear de cada plato, esa palabra "guacho", ese decir pero no decir que tenia la abuela cuando queria que la lleves.... Esa llegada de ella -"abre María purisima!".
Que magia había en la vieja, que magia poetica que tenía y por ello no es casual que así la recordemos.
Me encanto ese recuerdo tan presente que tenes y a su vez comparto.
Me emocionó..Te agradezco en nombre de todos, diría yo, al traer este recuerdo tan "Abuela Queca".
un abrazo grande y te felicito
Tu primo Fede
Gracias Fede!! Sí todos disfrutamos y nos quedamos con ganas de disfrutarla mas! Un abrazo, saludos a la flia.
Cuánta falta nos hace el Perro Portugués!
Nunca pierdas esta magia de envolvernos en tus palabras cada vez q escribis, se me cayeron varias lágrimas y eso q ya lo había leído (y, demás está decir, tmb me emocioné). Sos un genio! Te quiero.
Gracias Emi! Un beso grandee!
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