“Mirá Pá’ ¡Vamos primeros en el campeonato de reserva!”.
El padre lo mira a su hijo, y le responde “Sí! Buenísimo.” devolviéndole a la
exclamación de alegría que muestra con su sonrisa el nene, otra sonrisa, pero
más tierna y con un poco de lástima. Lástima porque recuerda en su infancia,
sin HD, sin ni siquiera televisión, sólo con “la magia de la radio” y la
revista Goles, pero con muchos campeonatos, Libertadores y goleadas. Y piensa
en su hijo más chico, que con 10 años solo vio campeón a su club 2 veces;
porque los dos más grandes, mal que mal, vieron muchos campeonatos, hasta
tricampeonatos, Libertadores, un poco opacados por los éxitos de los
innombrables, pero buenos momentos al fin.
Entonces, cuando el más chico dice que se acuerda del
torneo del 2004, ellos no lo contradicen, pero dudan que con sólo 4 años se
acuerde de esas cosas. Piensan que es una forma de deseo, de querer tener en su
memoria, y en su currículum, esos momentos que te marcan en la infancia, y que
algunas veces te marcan los colores de un club, por eso, los hermanos y el
padre lo respetan y no lo contradicen, ni se burlan de él.
Del campeonato del 2008 sí que se acuerda, bien que se
acuerda… Aunque a veces piensa que es mejor no acordarse o haberlo podido
recordar de otra manera, porque ese día, en el momento en que su ídolo corría
alrededor de la cancha alocado, festejando, alrededor de la pista olímpica, él
estaba sentado en una silla incómoda, de madera, con cara de velorio, porque
ahí estaba, en un velorio, rodeado de gente mayor que lo saludaba al paso y que
lo relacionaba como hijo de alguno de sus tíos, pero nunca se le daba por decir
el nombre de su padre cuando le decían: “Y vos debes ser el hijo de…” y él se
la pasó corrigiéndolos, con paciencia, a esos familiares lejanos o conocidos de
la familia o de su abuela.
Hasta que no aguantó la ansiedad que lo carcomía y salió
de la sala velatoria en busca de algún televisor. Afuera hacía frío, ya había
anochecido y la calle estaba oscura y lloviznaba. Se preguntaba si todos los
velorios se realizarían sólo con ese clima. Esa duda le duró poco, enseguida se
focalizo en el objetivo de encontrar alguna vidriera de un bar en el cual ver
el resultado del partido. Tuvo que caminar tres cuadras hasta la calle
principal y en una esquina encontró un pub, con unos televisores que le
mostraban el festejo de sus jugadores, ese festejo alocado por la pista, con
alegría y él pensaba si sería el único en esa situación, de ver campeón a su
equipo mezclado con la tristeza y la amargura de perder a un ser querido.
Enseguida volvió, mitad feliz, mitad triste, haciendo
cálculo las tres cuadras de regreso, de que podrían haber empatado hoy y al
domingo siguiente todavía dependían de ellos para salir campeones, “y en una
semana la tristeza pasa un poco y en una de esas salir campeón nos alegra más”
se decía en silencio.
Una vez vuelto a la realidad del velorio, el silencio,
las caras largas, ese olor igual o más horrible que el de un hospital, lo ve a
su papá y piensa que le gustaría estar en otro lugar, diciéndole que salieron
campeones, que vayan a la plaza a festejar, o mejor, sin la necesidad de
hacerlo, porque de no estar en esa situación, él estaría, con sus hermanos y su
papá sufriendo los nervios lindos que da el fútbol, pateando con el nueve,
viendo la pelota entrar esquinada, pegando en el costado de la red, saliendo a
gritar el gol por todos lados, saltando a cabecear con los defensores en cada
córner, trabando con el cinco, y después festejando, todos juntos. Pero no, la
situación es otra y entonces él se acerca y cuando el padre lo mira, le dice,
en el tono de voz que se mantiene en el lugar, “Pa, somos campeones” y sólo
recibe como respuesta del padre, frunciendo los labios: “las vueltas de la
vida, ¿viste?”.
Y entonces duda si se lo tendría que haber dicho o dejado
que se enterase cuando salga de ahí y entonces esperar su reacción, si se lo
cuenta o no, y si se lo cuenta, con cuánto énfasis para poder él responder
acorde a la situación. Porque su abuela era la mamá de su papá, y se pone en su
lugar y concluye que le importaría un comino que su club salga campeón de lo
que sea, aunque por otro lado, se corrige, porque al menos sería algo bueno
dentro de todo tan malo. Pero enseguida deja de pensar en eso, porque no quiere
imaginarse que a su mamá le pase nada, se dice que eso sólo pasa cuando sos
grande, te casás y tenes hijos a los que les enseñas a jugar al fútbol y a
besarse el escudo del club.
Aunque él no se imagina ni grande, ni casado, ni con
hijos, ni con su mamá ni su papá viejitos, él se imagina en la primera del
club, siendo él quien mete el gol, el que corre como un loco por la pista de
atletismo, con todos sus compañeros atrás tratando de alcanzarlo para abrazarlo
y festejar y dar la vuelta, pero con su papá, su mamá y sus hermanos ahí,
festejando con él, y que “las cosas de la vida” sean sólo felices como salir
campeón, pero sin velorio.
2 comentarios:
Pero che! si me vas a seguir haciendo llorar dejo de leerte...
jaja voy a tener que buscar otra faceta..
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