La frase que me repetía ese sábado Esteban, mientras me reprochaba que no me hiciera un tiempo o pidiera un día en el laburo para ir hasta Franck al día siguiente a ver la primera de las dos finales. Y aunque la 'charla' era por Whatsapp, yo sabía que lo escribía con ansiedad, y seguro andaría a los saltos por toda la casa, cagada a pedo mediante de mi viejo, mi vieja y hasta de Vero.
Ya pasaron once días de ese domingo en el cual para casi todo el país no hubo fútbol, salvo para nosotros, esa parte de la ciudad malacostumbrada a tropiezos y frustraciones en los últimos años, pero que supo llevar el nombre de la ciudad a lo más alto a nivel nacional.
Desde La Plata a ese pueblito cercano a Santa Fe -que alguna vez supimos conocer para visitar a no se qué familiar, al que obviamente no recuerdo, pero seguramente hacía fuerza por ellos- conectados por la eterna magia de la radio, que nos alimentaba la ilusión y nos llenaba el corazón con el grito de gol a todos los que no estábamos presentes en la cancha, ese golazo de Nazareno que miré y que seguro miraron todos una y otra vez los días sucesivos al partido.
El sábado pasado me halló con sentimientos encontrados, por un lado la ansiedad, nervios y felicidad de estar tan cerca del ascenso, por el otro la amargura y la desazón de no poder estar esa noche en el Plazaola.
Martín y Esteban se fueron temprano y embanderados para hacer la previa con los pibes. Ahora eran dos los que andaban a los saltos por toda la casa. Mi viejo salió unas horas más tarde para el club, y aunque pretendía mostrarse tranquilo, internamente también estaría a los saltos con mis dos hermanos. La procesión va por dentro, dicen...
Miré otros partidos de primera, como si me importaran, para pasar el tiempo. Se iba haciendo la hora: a partir de las ocho y media escuché todos los goles de cada uno de los partidos que repasaron en la previa; Vero escuchaba y conmigo, y Manu, que ya me venía aguantando con la pierna operada -y que lo siguió haciendo varios días más-, también me hacía el aguante con el Decano. De alguna forma estábamos presente en el trapo que habíamos hecho temporadas pasadas y que mis hermanos se encargarían de colgar en el alambrado del mítico Plazaola.
Me invadió la felicidad y un poco la envidia al escuchar la salida del equipo y el posterior comentario del relator sobre esa fiesta que hace mucho no se veía en una cancha de Concepción, y no poder ser parte, o al menos verla.
Emi y Marga alentaban desde La Plata; mi vieja además de querer vernos felices a nosotros, también habrá pensado en Damasito y Chichuna. Ellos, que partido tras partido buscaban a los jugadores en sus respectivas casas, los llevaban a jugar y después del partido los volvían a dejar en sus casas, ahora estuvieron presente en cada viaje, a los de acá cerca como Basavilbaso y Villaguay, como también a Paso de los Libres, San Cristobal y el último a Franck.
Ya pasaron once días de ese domingo en el cual para casi todo el país no hubo fútbol, salvo para nosotros, esa parte de la ciudad malacostumbrada a tropiezos y frustraciones en los últimos años, pero que supo llevar el nombre de la ciudad a lo más alto a nivel nacional.
Desde La Plata a ese pueblito cercano a Santa Fe -que alguna vez supimos conocer para visitar a no se qué familiar, al que obviamente no recuerdo, pero seguramente hacía fuerza por ellos- conectados por la eterna magia de la radio, que nos alimentaba la ilusión y nos llenaba el corazón con el grito de gol a todos los que no estábamos presentes en la cancha, ese golazo de Nazareno que miré y que seguro miraron todos una y otra vez los días sucesivos al partido.
El sábado pasado me halló con sentimientos encontrados, por un lado la ansiedad, nervios y felicidad de estar tan cerca del ascenso, por el otro la amargura y la desazón de no poder estar esa noche en el Plazaola.
Martín y Esteban se fueron temprano y embanderados para hacer la previa con los pibes. Ahora eran dos los que andaban a los saltos por toda la casa. Mi viejo salió unas horas más tarde para el club, y aunque pretendía mostrarse tranquilo, internamente también estaría a los saltos con mis dos hermanos. La procesión va por dentro, dicen...
Miré otros partidos de primera, como si me importaran, para pasar el tiempo. Se iba haciendo la hora: a partir de las ocho y media escuché todos los goles de cada uno de los partidos que repasaron en la previa; Vero escuchaba y conmigo, y Manu, que ya me venía aguantando con la pierna operada -y que lo siguió haciendo varios días más-, también me hacía el aguante con el Decano. De alguna forma estábamos presente en el trapo que habíamos hecho temporadas pasadas y que mis hermanos se encargarían de colgar en el alambrado del mítico Plazaola.
Me invadió la felicidad y un poco la envidia al escuchar la salida del equipo y el posterior comentario del relator sobre esa fiesta que hace mucho no se veía en una cancha de Concepción, y no poder ser parte, o al menos verla.
Emi y Marga alentaban desde La Plata; mi vieja además de querer vernos felices a nosotros, también habrá pensado en Damasito y Chichuna. Ellos, que partido tras partido buscaban a los jugadores en sus respectivas casas, los llevaban a jugar y después del partido los volvían a dejar en sus casas, ahora estuvieron presente en cada viaje, a los de acá cerca como Basavilbaso y Villaguay, como también a Paso de los Libres, San Cristobal y el último a Franck.
Me contaron que en la previa estuvo Santuli, alcanzándole agua a los jugadores en la entrada en calor, siempre sonriente, siempre feliz.
También estaba Pino en la cantina dando una mano y seguro metido en la parrilla.
El Fefo se tiró de palomita con Conrado para poner el 1-0 y desatar la fiesta y después se fue a sentar a Su lugar en la platea .
Mario ayudó desde arriba pero cuando vio que las cosas venían bien, pidió permiso y se fue para el sur que tenía otro compromiso que atender.
Algunos vieron al Lando Sosa dando indicaciones al costado de la línea de cal junto con el Tonga y Omar.
Pocho, jugador, DT y presidente, dejó todo listo y apenas pasadas las nueve, se metió a la cancha, con la casaca a bastones azules y blancos, a pedirle a Padilla que tire un caño acá y otro allá, que sea el dueño de la pelota y tire un centro de tres dedos, que él ya se había encargado de hablar con Besel y Gonzalez para que corran todas las pelotas y metan las que le queden; le exigió a Nazareno que con un golazo no alcanzaba, que intente otro más para ponerle la frutilla al postre.
Les contó a los más chicos y a los que vinieron de afuera la historia del Club Atletico Uruguay y el por qué del escudo del colegio, y les rogó que inflen el pecho y lleven esos dos escudos lo más alto que puedan.
Le agradeció a Mauri por volver y a Rubén por quedarse, y por su amor a la camiseta.
Al Leo, que tantas veces habrá dado historia escrita por otros, le dijo que era momento, que le tocaba escribirla y contarla en primera persona.
A Kinder, a Omar y al Tonga prefirió no decirles nada. No hacía falta. Entendían todo.
Salió, se sentó en la platea y lo vio a Picasso que estaba con la radio en el oído parado al borde del alambrado. Éste levantó una mano en forma de saludo y le gritó: "El deca va... EL DECA VA A VOLVER!!!"
Simón Luciano Plazaola miraba todo desde arriba, feliz de que su casa se vista de fiesta...
Les contó a los más chicos y a los que vinieron de afuera la historia del Club Atletico Uruguay y el por qué del escudo del colegio, y les rogó que inflen el pecho y lleven esos dos escudos lo más alto que puedan.
Le agradeció a Mauri por volver y a Rubén por quedarse, y por su amor a la camiseta.
Al Leo, que tantas veces habrá dado historia escrita por otros, le dijo que era momento, que le tocaba escribirla y contarla en primera persona.
A Kinder, a Omar y al Tonga prefirió no decirles nada. No hacía falta. Entendían todo.
Salió, se sentó en la platea y lo vio a Picasso que estaba con la radio en el oído parado al borde del alambrado. Éste levantó una mano en forma de saludo y le gritó: "El deca va... EL DECA VA A VOLVER!!!"
Simón Luciano Plazaola miraba todo desde arriba, feliz de que su casa se vista de fiesta...
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