El barrio. La pelota.
La pelopincho en el piso de cemento sin baldosas. “¡No vale atajar con las
manos!”. El timbre a la hora de la siesta que hacia putear a nuestros viejos.
Los buzos y cascotes que conformaban los arcos. Las motos y los autos que
hacían de árbitros sin silbato. Nosotros mirándolos de mala manera al pasar y
provocando tirando un pelotazo al que había quedado del otro lado de la vereda
por encima del auto. Éramos los dueños de la calle. “Vamos a tu calle que pasan
menos autos”. La Chacabuco era Castrilli; la Pablo Lorentz era Lamolina. Siga,
siga. Y el Santa Teresita era nuestro. Si la convocatoria era más amplia, a la
cancha del colegio Don Bosco. Nuestro estadio; el que nos vio salir campeones
de un torneo interbarrial, por penales a los chicos del barrio América.
Profetas en nuestra tierra nos fuimos corridos por los cascotes (y nosotros que
los usábamos para armar arcos…). Pero teníamos el orgullo, y el trofeo.
En cambio, si éramos
pocos, la juntada era en la esquina de lo de Esther. “Gol entra” o “Veinticinco”
… “¡Palo salva y no vale a fundir!”. Anécdotas. Risas. Discusiones y enojos. La
pelota a la casa del vecino, ¿y quién la busca? Ese pelotazo cruzado, rastrero,
golazo contra el palo que recorrió toda la calle y terminó haciendo caer un
hombre en moto que pasaba por la esquina. Partido suspendido por falta de
garantías, y de jugadores. Cada uno corrió para su casa, o para donde cuadrara.
Secreto que implícitamente juramos mantener todos los que estábamos presentes,
y se está rompiendo en este momento. Nunca supimos que pasó con el tipo, ni con
la moto, ni con lo más importante; la única imprescindible, por la que se había
formado el grupo, por la que éramos dueños del barrio y nos habíamos apropiado
de esas dos calles: la pelota.
Dicen que el barrio,
como tal, como lo recordamos en nuestra infancia, deja de existir cuando alguno
de los integrantes se va. Eso no pasó. Todos fuimos creciendo y aparentemente
nos daba un poco de vergüenza seguir jugando en la calle. O nos daba vergüenza
que las chicas pasaran y nos vieran jugando a la pelota en la calle. Comenzaron
las salidas con otros amigos y de a poco se fue apagando.
Creo, en realidad, que
ese día que la dejamos, que nos desentendimos y cada uno salió corriendo a su
casa sin siquiera pensar en buscarla, ella fue la que comenzó a abandonarnos.
Hoy que el barrio ya
no es nuestro, que los partidos pasan por otro lado y el día a día se lleva
adelante con más garra que buen juego, que ya no frecuentamos nuestro estadio
de tierra y nos subimos al de cemento a pelearla, desearíamos poder volver a
esos picados, sin off side y sin VAR, a tirar paredes con esos amigos, y a
definir cruzado, rastrero, golazo. Sin nadie que pase en moto por la esquina y
que la pelota se quede con nosotros. Que la vamos a cuidar, te lo prometo.
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